La excelencia humana, no se adquiere por nacer en el siglo XXI, ni por pertenecer a una raza o época. La ciencia, la sabiduría, la civilidad, la santidad, se adquieren personalmente y sólo mediante esfuerzo. Por eso no hay épocas mejores y ni todo tiempo pasado fue mejor.
Fueron, son y serán las personas concretas, los que luchando por ser mejores, brillan por encima de su generación en cada época.
Los demás podemos seguir siendo esa colectividad que cruza todas las épocas, que sigue estancada, ignorante e inhumana, como el bárbaro, el sacrificador de víctimas, el asesino guerrero que nos recuerda que: entre el episodio de Caín y Abel y hoy –esta fecha en que lees esto– tal vez nos separa tan solo la piel, más que tiempo.
El «niño bien», no es rico por juntarse con ricos, ni la jovencita nice por juntarse con jovencitas huecas, ni el pueblerino es más limitado por no vivir como tú en la ciudad. La grandeza, la excelencia humana de cada época, no la da el siglo ni las circunstancias, no la da los muchos libros acumulados, ni la mucha información, ni la informática, ni la ciencia generada, la dan individuos concretos que son grandes por haber vivido con mucha pasión en su propio campo, viviendo con ideales altos y dando la vida por alcanzarlos.